El 12 de marzo de 1987 a las ocho y media de la mañana 300 antidisturbios armados con hachas y porras, y pegando tiros entraron en La Naval de Reinosa dispuestos a rescatar a Enrique Antolín que un día antes había sido retenido tras conocerse la noticia de un expediente de regulación de empleo que implicaría casi 500 excedentes para Forjas y Aceros de Reinosa, factoría conocida en la comarca como La Naval y motor del desarrollo de la zona.
La Guardia Civil empezó a actuar. Se sucedieron los palos y las carreras por el interior de la fábrica, se dispararon botes de humo y pelotas de goma indiscriminadamente. Parte de los trabajadores se hicieron fuertes en los talleres y se defendieron con lo que pudieron. La sirena tradicionalmente utilizada para avisar a la población en caso de algún incendio o catástrofe sonaba incesantemente; el pueblo entero empezó a tener constancia de la gravedad de los hechos que están ocurriendo.
Paralelamente junto a la estación se produjeron enfrentamientos entre jóvenes estudiantes de los institutos del pueblo, hijos de trabajadores de Forjas y Cenemesa en su mayoría, y efectivos de la guardia civil. La crudeza de la batalla campal se extendió mas allá de la factoría. Al lugar acudieron trabajadores de la factoría y más vecinos. El pueblo entero se sintió atacado e invadido y cerca de 10.000 personas se enfrentaron a tres centenares de guardias civiles que aún con sus pelotas de goma, sus botes de humo y una violencia desmedida no consiguieron amilanar a la población, que resistió bravamente sin retroceder. Ese día dejó una estampa que muchos jamás olvidaremos: los pikoletos tuvieron que salir del pueblo pañuelo blanco en mano.