El hecho diferencial de cada celebración carnavalesca no se halla determinada fundamentalmente por el ámbito geográfico que abarca, sino más bien por otras diversas conexiones y causas análogas. En Bizkaia, al igual que en el resto de los territorios vascos, existieron una serie de actos tradicionales que perduraron hasta principios del siglo XX. Sin embargo, los procesos de industrialización, urbanización e inmigración provocaron una progresiva pérdida de las tradiciones carnavalescas bizkainas
Entre los años '20 y '30 el Carnaval se debatía entre prohibiciones parciales, de máscara y totales. Asesinatos, apoyados por la ocultación de la cara, en ciudades, contrastaban con el ánimo de diversión de la mayoría de los participantes, a pesar de los continuos cambios de poder entre república, monarquía y dictadura de aquellos momentos, sin poder obviar el papel de la iglesia y sus fuertes disputas contra una fiesta considerada como profana. Los rituales y costumbres mantenidos, principalmente, en la memoria popular, son relativamente más pobres, quizás con cierto razonamiento, si lo comparamos con otras zonas del país. Aunque no por ello menos importantes, pasaremos abreviadamente a comentar los actos más generales y conocidos por aquel entonces entre los ciudadanos.
INVIERNO: DE CASA EN CASA
El periodo carnavalesco se circunscribe en la estación climatológica del invierno. La matanza del cerdo, ejecutada desde mediados de noviembre hasta febrero, e incluso marzo, daba comienzo a la obtención de los productos que posteriormente servirían no sólo para nutrirse en casa, sino para obsequiar asimismo a todos los grupos postulantes que en sus recorridos por caseríos y cascos urbanos, mantenían la tradición y al mismo tiempo se beneficiaban de la bondad de sus moradores para disfrutar comiendo y bebiendo en exceso; propia virtualización de estas fechas. Las ferias otoñales agrícolas y de ganado, servían de preámbulo a las fiestas navideñas: se sucedían las cuestaciones juveniles e infantiles de Marijesiak o Abendua, Aguinaldo, Urte barri, Reyes Magos o Erregeen eguna, y todo ello complementado por los rituales gastronómicos familiares, donde se recordaban a los seres queridos y fallecidos.
Las navidades dan paso a la fiesta de San Antón con bendiciones de animales y subasta de alimentos, para proseguir con el día de la Candelaria y sus bendiciones de velas, galletas y dulces, el día de San Blas con el cordón que previene de los males de garganta y la víspera de Santa Águeda, a golpe de makila, rompiendo el silencio nocturno de apartadas zonas y oscuras aldeas, así como de chispeantes y murmullosas calles. Cuestación que también se llevaba a cabo el 1 de marzo y que recibía el nombre de "Las Marzas", vestidos con pieles, campanas y portando un acebo del que pendían cintas multicolores.
EL CONTEXTO INTEGRAL
El ciclo festivo central de los Carnavales de Bizkaia comenzaba con una merienda, realizada en el monte. Jóvenes y niños en pequeñas cuadrillas se dirigían al prado o monte más cercano con chorizos, tocino o huevos, y una vez de preparar el fuego, asaban dichos alimentos. El nombre que recibe este día es relativo a lo especificado en la comensalidad: Txitxiburduntzi, Sasikoipetxu y Sarteneko; o bien con referencia al lugar del acto: Basa(ra)toste, Kanpora martxo o Sasi martxo.
El siguiente día de la celebración solía ser, y aún sigue manteniendo en determinados pueblos de Durangoaldea, Eguen zuri, es decir, el conocido Jueves Gordo. Durante estos días grupos de niños en edad escolar recorrían los diferentes barrios, acompañados de un gallo vivo o dibujado en una pancarta de madera, cantando las estrofas alusivas a la fiesta. Con lo recogido en la cuestación no faltaba la tradicional merienda, función final de este día festivo para la comunidad infantil. En las encartaciones era el Martes de Carnaval, día conocido vulgarmente como de "Carrastoliendas", el elegido por los niños-as para esta postulación. Los nombres más extendidos de estas fiestas a lo largo del territorio vizcaíno han sido, en cuanto al idioma castellano se refiere: "Carnaval", "Carnavales" y "Carnestolendas". En euskera las dominaciones varían según zona, con ramificaciones dialectales: Karnabalak, aratuzteak, Aratosteak, Ateste eguna, Anarru eguna...
Si hay un elemento unido de forma inequívoca al Carnaval, ése ha sido el disfraz. Cualquier indumentaria que rompiera con la monotonía del resto de los días, servía para celebrar una fiesta, reina del invierno, en la que se quebraban los esquemas formales, laborales, gastronómicos y hasta cierto punto religiosos. De los diferentes disfraces tradicionales clasificados podemos resaltar los de aldeano/aldeana, señorito, aña. Oso/hartza, o el conservado en la actualidad de atorra (Mundaka), especie de encamisado. La inversión sexual, el travestismo, era aprovechado por ambas partes para transgredir los roles habituales y, de esta forma comprobar, exagerando, las ventajas en las relaciones dentro de la comunidad. Un aditamiento clásico hasta la década de los años '30 ha sido la máscara. Tras ella se escondían los pensamientos y actitides no ejecutados y guardados en la memoria durante el resto del año. Caretas de cartón o antifaces alquilados, sacos y trapos de faces incoherentes hechos a mano; todo era válido para las "mascaritas", karatulak, marrauek, kokoxak y errabidxek entre otros, que en esos días actuaban a sus anchas. Protegidos por su desvergonzada fachada perseguían a niños y muchachas. Eso sí, a la hora del baile había que desprenderse de la máscara, bajo la advertencia de tipo supersticioso, de que se quedaría pegada a la cara. Al igual que el disfraz, no podían faltar en cada casa a la hora de la comida las patas y orejas de cerdo, cocinadas en salsa "a la vizcaína". Las tostadas de postre, de pan o leche frita, eran esperadas con ansia e ilusión el resto del año por los más jóvenes de la casa.
El Carnaval tradicional bizkaino se puede definir como algo totalmente pasado, con escasas huellas transmitidas generacionalmente por falta de vivencias. Únicamente se trata de recuerdos. La no participación de los supuestos protagonistas vivos, el gran paso de un comercio limitado y ayudado por la laboriosidad rural desembocando en una fuerte industrialización de determinadas zonas, el tiempo transcurrido desde su prohibición, con una pérdida progresiva precedente, junto con una fatídica desidia y desarrollo tecnológico, han dado por resultado la ignorancia y desconocimiento de la población actual de los valores costumbristas del Carnaval de antaño.
Emilio Xabier Dueñas, etnólogo.
INVIERNO: DE CASA EN CASA
El periodo carnavalesco se circunscribe en la estación climatológica del invierno. La matanza del cerdo, ejecutada desde mediados de noviembre hasta febrero, e incluso marzo, daba comienzo a la obtención de los productos que posteriormente servirían no sólo para nutrirse en casa, sino para obsequiar asimismo a todos los grupos postulantes que en sus recorridos por caseríos y cascos urbanos, mantenían la tradición y al mismo tiempo se beneficiaban de la bondad de sus moradores para disfrutar comiendo y bebiendo en exceso; propia virtualización de estas fechas. Las ferias otoñales agrícolas y de ganado, servían de preámbulo a las fiestas navideñas: se sucedían las cuestaciones juveniles e infantiles de Marijesiak o Abendua, Aguinaldo, Urte barri, Reyes Magos o Erregeen eguna, y todo ello complementado por los rituales gastronómicos familiares, donde se recordaban a los seres queridos y fallecidos.
Las navidades dan paso a la fiesta de San Antón con bendiciones de animales y subasta de alimentos, para proseguir con el día de la Candelaria y sus bendiciones de velas, galletas y dulces, el día de San Blas con el cordón que previene de los males de garganta y la víspera de Santa Águeda, a golpe de makila, rompiendo el silencio nocturno de apartadas zonas y oscuras aldeas, así como de chispeantes y murmullosas calles. Cuestación que también se llevaba a cabo el 1 de marzo y que recibía el nombre de "Las Marzas", vestidos con pieles, campanas y portando un acebo del que pendían cintas multicolores.
EL CONTEXTO INTEGRAL
El ciclo festivo central de los Carnavales de Bizkaia comenzaba con una merienda, realizada en el monte. Jóvenes y niños en pequeñas cuadrillas se dirigían al prado o monte más cercano con chorizos, tocino o huevos, y una vez de preparar el fuego, asaban dichos alimentos. El nombre que recibe este día es relativo a lo especificado en la comensalidad: Txitxiburduntzi, Sasikoipetxu y Sarteneko; o bien con referencia al lugar del acto: Basa(ra)toste, Kanpora martxo o Sasi martxo.
El siguiente día de la celebración solía ser, y aún sigue manteniendo en determinados pueblos de Durangoaldea, Eguen zuri, es decir, el conocido Jueves Gordo. Durante estos días grupos de niños en edad escolar recorrían los diferentes barrios, acompañados de un gallo vivo o dibujado en una pancarta de madera, cantando las estrofas alusivas a la fiesta. Con lo recogido en la cuestación no faltaba la tradicional merienda, función final de este día festivo para la comunidad infantil. En las encartaciones era el Martes de Carnaval, día conocido vulgarmente como de "Carrastoliendas", el elegido por los niños-as para esta postulación. Los nombres más extendidos de estas fiestas a lo largo del territorio vizcaíno han sido, en cuanto al idioma castellano se refiere: "Carnaval", "Carnavales" y "Carnestolendas". En euskera las dominaciones varían según zona, con ramificaciones dialectales: Karnabalak, aratuzteak, Aratosteak, Ateste eguna, Anarru eguna...
Si hay un elemento unido de forma inequívoca al Carnaval, ése ha sido el disfraz. Cualquier indumentaria que rompiera con la monotonía del resto de los días, servía para celebrar una fiesta, reina del invierno, en la que se quebraban los esquemas formales, laborales, gastronómicos y hasta cierto punto religiosos. De los diferentes disfraces tradicionales clasificados podemos resaltar los de aldeano/aldeana, señorito, aña. Oso/hartza, o el conservado en la actualidad de atorra (Mundaka), especie de encamisado. La inversión sexual, el travestismo, era aprovechado por ambas partes para transgredir los roles habituales y, de esta forma comprobar, exagerando, las ventajas en las relaciones dentro de la comunidad. Un aditamiento clásico hasta la década de los años '30 ha sido la máscara. Tras ella se escondían los pensamientos y actitides no ejecutados y guardados en la memoria durante el resto del año. Caretas de cartón o antifaces alquilados, sacos y trapos de faces incoherentes hechos a mano; todo era válido para las "mascaritas", karatulak, marrauek, kokoxak y errabidxek entre otros, que en esos días actuaban a sus anchas. Protegidos por su desvergonzada fachada perseguían a niños y muchachas. Eso sí, a la hora del baile había que desprenderse de la máscara, bajo la advertencia de tipo supersticioso, de que se quedaría pegada a la cara. Al igual que el disfraz, no podían faltar en cada casa a la hora de la comida las patas y orejas de cerdo, cocinadas en salsa "a la vizcaína". Las tostadas de postre, de pan o leche frita, eran esperadas con ansia e ilusión el resto del año por los más jóvenes de la casa.
El Carnaval tradicional bizkaino se puede definir como algo totalmente pasado, con escasas huellas transmitidas generacionalmente por falta de vivencias. Únicamente se trata de recuerdos. La no participación de los supuestos protagonistas vivos, el gran paso de un comercio limitado y ayudado por la laboriosidad rural desembocando en una fuerte industrialización de determinadas zonas, el tiempo transcurrido desde su prohibición, con una pérdida progresiva precedente, junto con una fatídica desidia y desarrollo tecnológico, han dado por resultado la ignorancia y desconocimiento de la población actual de los valores costumbristas del Carnaval de antaño.
Emilio Xabier Dueñas, etnólogo.