No sólo es una palabra familiar, local, sino también sumamente curiosa. La palabra sinsorgo viene en los diccionarios como un localismo de Bizkaia, Araba, Nafarroa, y La Rioja, el cual viene a significar persona insustancial y de poca formalidad. También en la mayoría de ellos lo derivan etimológicamente del euskera "zenzurgue" que es palabra hoy en día prácticamente desconocida en cualquier variedad del euskera y que, mucho me temo, los de la RAE han cogido directamente del Lexicón bilbaíno de Arriaga que la hacía derivar de zentzu-bage, esto es, "sin sentido o juicio".
Sea como fuere, el vocablo es harto curioso. Por un lado, se trata de un localismo que solo existe en el castellano del País Vasco-Navarro-Riojalteño, pero no en todo, pues apenas se usa en Gipuzkoa y nunca en euskera a diferencia de lo que ocurre con la mayoría del resto de vasquismos que provienen de éste. Pero, lo más raro, lo que realmente me llama la atención como fenómeno lingüístico, es que pertenece al conjunto de palabras que los urbanitas de la zona apenas oímos a otras personas que no sean nuestros mayores, que se trata de uno de esos localismos en apariencia condenados a desaparecer por vía de la imparable uniformización lingüística a la que las generaciones más jóvenes hemos sido sometidos mediante la tele y derivados. Es decir, se trata de una palabra que he oído desde pequeño en boca de mi madre y de mis abuelas, sobre todo de ellas, para definir a todo tipo de parentela, vecindario, clientela o a Rajoy, y destacando siempre el uso de sinsorga sobre sinsorgo como suele ser habitual en dicho género tan cainita. De este modo, la palabra parecía pertenecer casi en exclusiva a mi madre y demás parentela femenina. A tal punto que muchas veces acostumbraba a hacer el ejercicio de llamarle sinsorga a ella a sabiendas de que la pobre se pondría hecha una hidra, vamos, como si la hubiese llamado directamente hija de puta o pedazo de guarra a la cara. Curioso, mucho, porque luego se lo decías a cualquiera de tu edad y como el que oye llover.
Así pues, estaba convencido de que la palabrica estaba condenada a desaparecer junto con el resto de los localismos que como éste sólo escuchábamos a nuestros mayores. Pues no, he descubierto el fenómeno de las palabras generacionales, esas que nunca has usado de joven, pero, que al ser tan propias de tu entorno geográfico, social o familiar, de repente te ves un día que no dejan de brotar de tu boca. Y todo porque, en efecto, pensabas que no llegaría, que no iba contigo, que lo tenías superado, pues no: has madurado.
¿Por qué meto semejante rollo? Porque desde un tiempo a esta parte en la cafetería a la que acudo casi a diario tras mis dos horas de pateo por la ciudad, así como en los artículos de opinión, comentarios a éstos y otras noticias en Internet, conversaciones sueltas aquí y allá, vengo escuchando comentarios acerca de cualquier tema de actualidad y dichos comentarios han provocado que de entre todos los adjetivos posibles del castellano mi subconsciente ha reaccionado acudiendo al rescate de un vocablo tan local como supuestamente pretérito, de viejos, un vocablo que de repente me ha recordado, no ya la edad que acabo de cumplir hace unos días, sino más bien el periodo de la vida en el que me coloca ésta. Porque, sí señores y señoras, desde hace unas semanas no pasa un día que no piense que estoy rodeado de sinsorgos...
*¿Que por qué ilustro esta entrada con una foto de Iñaki Azkuna, el alcalde de Bilbao? Sinceramente, porque he puesto "sinsorgo" en Google para buscar imágenes y es la que más se repetía. Por algo será. En todo caso, lo que está claro es que un tío jugando a pelota con traje y corbata más sinsorgo no puede ser.
Fuente: El rincón del quejica/Kexontziarena
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