domingo, 12 de abril de 2015

El vuelo de Gagarin

El 12 de abril de 1961 amaneció como un día cualquiera. Nada hacía sospechar que esta fecha marcaría el inicio de la era de los viajes tripulados al espacio. Sin que el resto del mundo lo supiese, en un remoto lugar de la estepa kazaja se llevaban a cabo los preparativos para lanzar una nave espacial con el “cosmonauta nº 1”. Al igual que la localización exacta del cosmódromo de Tyura-Tam (posteriormente conocido como Baikonur), su identidad era alto secreto. El protagonista de la hazaña sería un joven piloto soviético de 27 años llamado Yuri Alexéievich Gagarin, nacido en el seno de una humilde familia de granjeros koljosianos.


Un cohete esperaba al cosmonauta en misma rampa desde donde había despegado casi cuatro años antes (1957) un misil R-7 Semyorka (“siete” en ruso) con el primer satélite artificial de la historia, el famoso Sputnik 1. De hecho, el cohete era una variante del venerable y robusto Semyorka a la que se le había añadido una tercera etapa para aumentar su carga útil. Su designación oficial era 8K82K, pero sería conocido con el mismo nombre que la nave que debía poner en órbita, Vostok (“Oriente” en ruso).


Mientras el lanzador era preparado para el despegue, Gagarin y su suplente, Gherman Titov, dormían a un par de kilómetros de distancia en una pequeña cabaña. O mejor dicho, hacían que dormían, porque los cosmonautas habían sido incapaces de pegar ojo en toda la noche. A las 5:30 hora de Moscú, los médicos despertaron a los dos hombres. Tras desayunar y recibir un último examen médico, se enfundaron en sus trajes de presión Sokol SK-1, de un llamativo color naranja para facilitar las operaciones de rescate. A las 6:30 se reunieron con Grigori Nelyubov —el tercer cosmonauta suplente— y se dirigieron a la rampa de lanzamiento a bordo de un pequeño autobús. La leyenda cuenta que Gagarin se vio forzado a orinar durante el breve trayecto, motivo por el cual todos los cosmonautas han seguido la tradición desde entonces. Con micción o sin ella, 20 minutos después llegaron a la rampa. El cohete ya estaba cargado de combustible, ansioso por partir. Allí les esperaba el legendario Ingeniero Jefe, Serguéi Koroliov, responsable del programa Vostok y creador del cohete R-7.


Tras recibir una autorización formal, Gagarin se despidió de la Comisión Estatal y subió en un pequeño ascensor hasta la cima del cohete, donde se encontraba el acceso a la nave. Gagarin se introdujo dentro de la cápsula esférica de la Vostok 3KA-3 a través de una escotilla circular y se instaló cómodamente en su asiento eyectable. Antes de asegurar la escotilla con treinta tornillos, Oleg Ivanovsky —uno de los ingenieros encargados del diseño de la Vostok— le comunicó a Gagarin el código de seguridad que le permitiría acceder a los controles de la nave. Temerosos de los adversos efectos que la ingravidez pudiese tener sobre el cuerpo humano, los ingenieros habían decido automatizar totalmente los sistemas de la Vostok. En caso de emergencia, podría tomar el control introduciendo un código numérico secreto que se encontraba en el interior de un pequeño sobre dentro de la cápsula. En esta misión, Gagarin sería más un pasajero que un piloto. Pero Ivanovsky no quería que Gagarin despegase sin conocer el código. “Yura, los números son 1-2-5”, le comunicó Ivanovsky al joven teniente, casi susurrando. Gagarin respondió con una sonrisa, pues ya conocía el código.



12/04/196, 09:07 hora de Moscú:
Poyéjali! (¡Allá vamos!)


El cosmonauta permaneció en solitario en el interior de la cápsula durante dos horas, escuchando música y comprobando las comunicaciones con el control de tierra. La cofia protectora que rodeaba la cápsula le impedía ver el exterior, así que poco más podía hacer para matar el tiempo. Poco antes del despegue y mientras se retiraban las torres de servicio, se colocó los guantes y cerró el visor del casco. Por fin, a las 09:07 hora de Moscú, los cinco motores de la base del cohete hicieron ignición y el cohete se elevó lentamente. El primer viaje espacial tripulado había comenzado.

— “¡Lanzamiento!, te deseamos buen viaje“, comunicó Koroliov.
— “Poyéjali! (поехали!, ¡Allá vamos!), hasta pronto amigos”, respondió un eufórico Gagarin.

Durante el ascenso, Yuri fue comunicando su estado puntualmente, aunque una breve interrupción de las comunicaciones y la telemetría del cohete casi le provoca un infarto al Ingeniero Jefe. Dos minutos después del despegue se separaron los cuatro bloques propulsores de la primera etapa (llamados Bloques B, V, G y D), formando una pequeña cruz en el cielo de Baikonur (la aún hoy llamada “cruz de Koroliov”). Apenas treinta segundos más tarde la cofia protectora se desprendió del cohete y Gagarin pudo finalmente contemplar el exterior. A medida que ascendía, la curva del horizonte terrestre se hacía más y más evidente contra un cielo de color negro azabache. Cinco minutos después del lanzamiento se apagó la etapa central (Bloque A) y la Vostok continuó su viaje con ayuda de la tercera etapa (Bloque E). Por último, cuando ya habían transcurridos unos once minutos desde el comienzo de la misión, el motor RD-0109 de la tercera etapa se apagó y la Vostok se separó del cohete. Gagarin se movía ahora a 28.000 kilómetros por hora, la “primera velocidad cósmica”. Por primera vez en la historia de la humanidad, un ser humano estaba en órbita. Nunca antes alguien había viajado tan alto y tan rápido.