viernes, 24 de septiembre de 2021

Gurutze Iantzi, cuando morir en comisaría era lo «natural»



Se la llevaron de Urnieta de madrugada, con 31 años, y 24 horas después estaba muerta en un cuartel de la Guardia Civil en Madrid. Nunca hubo juicio, pero entonces y hoy sí hay certezas sobre Gurutze Iantzi: «Nuestro cuerpo aguantó; el suyo, no. Solamente eso», resume Euken Garmendia tras pasar aquellos días por aquellos mismos calabozos.





En víspera del 25 aniversario de la muerte  de Gurutze Iantzi en el cuartel de Tres Cantos falleció el médico donostiarra Justo Atristain. Fue uno de los dos forenses nombrados por la familia para la autopsia realizada en Madrid. Su diagnóstico lo resumió así ‘‘Egin’’ en un titular: «El terror mató a Gurutze Iantzi». Esa misma semana Euken Garmendia, detenido en la misma redada masiva, maltratado de la misma manera, superviviente en los mismos calabozos, lo expresó de otro modo bastante similar: «Nuestro cuerpo aguantó; el suyo, no. Solamente fue eso».

Recordó cómo los detenidos en aquella operación denunciaron torturas terribles al pasar ante el juez. Iantzi no pudo hacerlo, no llegó ahí. Julen Irastorza, su marido, encerrado en una celda cercana, contó que vio a través de unos barrotes las sandalias y pantalones verdes de su mujer, que escuchó sus gritos y su tos, que sintió luego cómo se la llevaban en una especie de silla de oficina con ruedas... Después, el silencio, un silencio tan espeso que llega hasta hoy. Estremece revivir el momento por boca de Euken Garmendia, al que le cuesta hablar pese a haber pasado un cuarto de siglo ya: «De repente, nos dejaron en paz. Luego supe que fue cuando mataron a Gurutze, que nos dejaron en paz gracias a ella».

Su corazón había dejado de latir. Pudo ser el terror, sí. O los golpes que dejaron algunas señales en su cuerpo. O la «bolsa», las flexiones, los electrodos o la «bañera» que detallaron haber sufrido otros de los 20 detenidos, primero en la Comandancia del Antiguo y luego en el cuartel madrileño de Tres Cantos. O algún ataque epiléptico al que apuntaban las mordeduras en el labio inferior, algo que hasta entonces Iantzi nunca había padecido. Resultó imposible saberlo entonces, y mucho más ahora.

No hubo siquiera un juicio que aclarase no ya responsabilidades penales, sino siquiera fallos de procedimiento. ‘‘El País’’ echó el resto para defender la versión del Gobierno de Felipe González: «Miren Gurutze Yanci tenía obesidad y fumaba mucho», publicó. El ministro de Interior, José Luis Corcuera, tiró de cinismo en el Congreso de los Diputados: «Solo a los demócratas, solo a los que no justificamos la muerte, sea de un anciano o de un niño, ni los malos tratos o cualquier otro atentado a la vida o a la integridad de las personas, nos interesa de verdad aclarar lo ocurrido». Y los partidos del Pacto, en plena campaña de difusión del lazo azul, cerraron filas.

Todo se despachó, pues, como «muerte natural». Y en esta mesa redonda de Urnieta el entonces concejal de HB Joxe Fermin Argiñarena acabó dando por buena la definición: «Al principio, lógicamente todos pensamos que aquella muerte era totalmente antinatural. Pero pensándolo bien, morirse en esas circunstancias es natural, sí, claro que es natural».

Tan natural que otra detenida en la misma operación, Mari Jose Lizarribar, acabó hospitalizada, lo que Corcuera justificó con el manido argumento de resistencia a la detención. Y tan natural que el mismo día se daba a conocer que Xabier Kalparsoro, arrestado en la comisaría de Indautxu de la Policía española, se debatía entre la vida y la muerte. El fallecimiento de Anuk se confirmaría precisamente mientras se celebraban los actos de despedida a Iantzi en Urnieta, dos días después, y se recordará este próximo fin de semana en Zumaia. Dos dramas con diferencias pero también similitudes, dos dramas que se solaparon en el tiempo para convulsionar a todo el país.

«¿Muerte súbita?»

Más que el adjetivo de «natural», a Izaskun Iantzi, hermana de Gurutze, le repele la afirmación de que aquello fue una «muerte súbita». Compartió sus dramáticas vivencias con las de Argiñarena y Garmendia ante una sala llena: «¿Súbita? Pero, ¿cómo iba a ser súbita si ella ya se quejó antes y la forense la atendió por teléfono?», clamó indignada. El episodio es conocido y ha sido denunciado por voces como la de Paco Etxeberria. Cuando la joven refirió dolores en el pecho, la médico de la Audiencia Nacional se limitó a telefonear y le recetó un mucolítico, como si aquello fuera un catarro. Tres cuartos de hora después estaba muerta. Leonor Ladrón de Guevara ha hecho larga carrera en la AN y hace tres años fue al fin citada como imputada en un juzgado... por acceder al ordenador de una colega de la Audiencia. Todo muy lógico en esa ilógica; si la muerte era natural, ¿a quién se iba a culpar por ello?

Apenas 24 horas antes, la Guardia Civil había irrumpido en la casa familiar de Urnieta por segunda vez, puesto que antes se habían llevado a Irastorza, su marido: «Venimos a por Gurutze», gritaron. Izaskun recuerda bien que su hermana estaba muy nerviosa. Se le quiebra la voz al rememorar que «intenté tranquilizarla, pero no pude». Argiñarena también evocó que Gurutze Iantzi no era más que «una chica maja de Urnieta», con sus simpatías políticas pero «que no pegaba ni un cartel porque se ponía nerviosa».

Nadie duda de que no tenía relación alguna con ETA –por si acaso lo recordó el exconcejal de HB–, pero sigue siendo un misterio por qué se cebaron aquellos días de setiembre con este pueblo de entonces apenas 3.000 habitantes, en un contexto político asfixiante marcado por el secuestro del industrial Julio Iglesias y los rumores que lo situaban cerca, en la zona del Adarra. «¿Quién ordenó esas detenciones? –continúa preguntándose hoy Euken Garmendia, atrapado estos 25 años en la espiral de «no querer recordar aquello y no poder olvidarlo»–. ¿Por qué nos tocó a nosotros? ¿Qué habíamos hecho? ¿Por qué nos torturaron?», sigue. Si el objetivo era solo crear terror, desde luego con la muerte de Tres Cantos se llegó al límite. La ocupación policial y militar de la zona hizo la atmósfera más opresiva.

Aquel drama, añadieron los tres contertulios, no se agota en la mañana del 24 de setiembre de 1993 en que Izaskun se despertó oyendo llorar a su ama, ahora ya fallecida. Kontxi Igerategi tenía en la mano un telegrama urgente que comunicaba que Gurutze había muerto de madrugada. Apenas dos minutos después, una llamada de teléfono lo confirmaba: «A mí no me salía otra cosa que decirles ‘¿qué le habéis hecho? ¿qué le habéis hecho?’», recordó Izaskun Iantzi. Pero hoy día aún no tiene respuesta: «Lo negaron todo, lo callaron todo, y 25 años después es como si nada hubiera ocurrido».

El pasado y el futuro

Aparte del dolor, aquellos hechos crearon en un pueblo tan pequeño una sima política muy grande. La capilla ardiente por Gurutze Iantzi fue instalada por la fuerza en el Salón de Plenos, dada la negativa de la Alcaldía del PNV. E Izaskun Iantzi revela que solo hace unos pocos meses han recibido un mensaje desde el Consistorio, que sigue en manos jelkides. La comisión municipal de convivencia quería hablar con la familia: «Hubo mucha tensión –admite–, teníamos muchas cosas que decirnos. Les escuchamos, nos escucharon, y veremos ahora si seguimos con esas reuniones, tenemos nuestras dudas», admitió la hermana de Gurutze Iantzi. En la sala de esta mesa redonda del jueves sí estaba sentado esta vez el primer edil de Urnieta, Mikel Pagola, además de la directora de Convivencia y Derechos Humanos de la Diputación de Gipuzkoa, Maribel Vaquero, igualmente urnietarra.

En este primer acto de la trágica efemérides, al que seguirá un homenaje mañana lunes en la Plaza de San Juan a las 19.30, Izaskun Iantzi incidió en que «el duelo por Gurutze ya lo hicimos, pero el dolor por la injusticia no ha pasado». Es una herida que sigue abierta por la falta de reconocimiento de los hechos y sobre la que a veces alguien pasa y echa sal: «Hace poco escuché a un guardia civil en televisión decir que sí, que claro que aquí se ha torturado, y ¿han hecho algo con él? ¿eso no es enaltecimiento? La impunidad es total, total. Y todos deberíamos tener los mismos derechos».

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