miércoles, 10 de mayo de 2017

Siete días de Mayo: Semana pro-amnistía pasada por las armas

El 12 de mayo de 1977 la Guardia Civil disparó con fuego real contra una manifestación en Errenteria que reclamaba la amnistía total. Hubo cinco heridos de bala y uno de ellos falleció. Las protestas se extendieron a todo Euskal Herria, la represión se recrudeció y en los días siguientes hubo otros seis muertos. Estos próximos días se les recordará en Bilbo, Errenteria y Ortuella.


Fue la semana más trágica en Euskal Herria tras la muerte de Franco. Y su primera víctima mortal, Rafael Gómez Jauregi, de 78 años. Se demandaba la amnistía para todos los presos encarcelados por motivaciones políticas, incluidos los llamados «delitos de sangre». La Guardia Civil había cargado con pelotas de goma contra una manifestación de miles de personas que se dirigían a la empresa Orbegozo para que los trabajadores se sumaran a la huelga general convocada para aquel 12 de mayo. Cientos de manifestantes optaron entonces por ir directamente al cuartel de la Guardia Civil de Errenteria para protestar contra aquella carga. Primero fueron recibidos con disparos de pelotas de goma, y después con fuego real. Cinco personas resultaron heridas de bala, y Gómez murió poco después. El Gobierno Civil de Gipuzkoa lo justificó diciendo que el cuartel había sido atacado con piedras y cócteles molotov.

El ambiente político en aquel mes de mayo de hace 40 años era extremadamente tenso. Juan Carlos I había sucedido a Franco en noviembre de 1975 y había promulgado un indulto parcial. Dos meses más tarde se constituyó en Donostia la primera Gestora pro-Amnistía, a la que siguieron otras muchas por todo el territorio vasco. Su objetivo era conseguir que todos los presos por motivos políticos quedasen en libertad. En julio de 1976 hubo una amnistía parcial, pero tampoco incluyó a los acusados de «terrorismo».

Entre el 26 de febrero y el 6 de marzo las Gestoras convocaron una primera Semana pro-Amnistía en Hego Euskal Herria, que fue reprimida por la Guardia Civil y la Policía Armada. Solo una semana después, el Gobierno español amplió la amnistía a decenas de presos vascos, pero otros muchos siguieron encarcelados.

El propio Gobierno había convocado para el 15 de junio de 1977 las primeras elecciones generales en el Estado español tras el final de la dictadura. Dos meses y medio antes de esa fecha, el 30 de abril, Telesforo Monzón logró reunir en Txiberta a representantes de todas las organizaciones políticas vascas. También acudió a la cita un grupo de alcaldes de varias localidades vascas y miembros de las organizaciones ETA-m y ETA-pm.

La representación de ETA-m expuso que, sin la amnistía total, las elecciones del 15 de junio no se podían considerar legítimas. Una delegación de los grupos representados en Txiberta se reunió el 10 de mayo con el presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, para plantearle la exigencia de amnistía antes del 24 de mayo, día en que comenzaba la campaña electoral, así como plenas libertades democráticas. Suárez replicó que no podía hacerlo porque estaba presionado por el Ejército. La cúpula militar seguía controlada por los generales franquistas.


Disparos de fuego real

Las Gestoras pro-Amnistía convocaron una semana de movilizaciones entre el 8 y el 15 de mayo, que comenzó con numerosos encierros y manifestaciones en gran número de localidades vascas. Los cuerpos policiales españoles reprimieron estas movilizaciones, lo que generó la convocatoria de una jornada de lucha para el día 12.

Fue en aquella jornada cuando se produjo la muerte por disparos de Rafael Gómez en Errenteria, mientras que en el barrio donostiarra de Gros una mujer eraherida de gravedad tras ser alcanzada por una bala disparada desde la calle. Un día después, el viernes 13, la huelga se había generalizado en Euskal Herria y fue secundada incluso por los tres periódicos donostiarras que se editaban entonces. La Vuelta Ciclista a España ni siquiera entró en Gipuzkoa, a pesar de que el final de etapa estaba previsto en el velódromo de Anoeta, y 83 candidatos a diputados y senadores por Bizkaia y Gipuzkoa se encerraron en la iglesia San Antón de Bilbo.

La Guardia Civil volvió a usar fuego real para reprimir las protestas, provocando al menos cuatro heridos de bala en Errenteria y otros dos más en Tolosa.

Esa misma noche murió Clemente del Caño Ibáñez, trabajador de la autopista Bilbo-Behobia que fue atropellado por un vehículo cuando retiraba una barricada cerca de Errenteria. Según los testimonios de la época, había sido obligado por la Guardia Civil a desmontarla.

La noticia de las dos muertes, junto a las agresiones de grupos parapoliciales conocidos como «incontrolados», todavía tensionó más el ambiente de la calle aquel 13 de mayo. En Iruñea, donde la huelga había sido secundada por miles de trabajadores, fue prohibido un acto pro-amnistía en el frontón Labrit y ello originó protestas en Alde Zaharra.

En la confluencia de las calles Calderería y Bajada de Xabier agentes de la Policía Armada detuvieron a José Luis Cano y lo introdujeron en el bar Manuel (en la actualidad se llama bar Gunea), donde fue golpeado. El disparo de un agente impactó en la cabeza de Cano y le causó la muerte. El entonces alcalde de Antsoain, Alfredo García, fue testigo de los hechos pero no supo precisar si el disparo fue fortuito o intencionado, aunque sí aseguró que los policías le siguieron golpeando tras escucharse el disparo. «Continuaron pisoteándole en la cabeza, en los testículos, en todo», relató el alcalde del PSOE.


Conmoción social y huelga general

José Luis Cano, de 28 años de edad, era vecino de Errenteria y se encontraba de vacaciones desde el 4 de mayo en Iruñea porque tenía familiares en la capital navarra. Tras conocerse la noticia de su muerte, los enfrentamientos se generalizaron por el Casco Antiguo y esa misma tarde murió de un infarto Luis Santamaría, de 72 años, tras el impacto de una pelota de goma en la pared de su balcón mientras era testigo del apaleamiento de un joven por parte de la Policía Armada en la calle San Nicolás. 

Otro joven de 15 años resultó herido grave por el impacto de una pelota de goma cuando estaba en el balcón de su casa, en la calle Estafeta. Los disparos de botes de humo y gases lacrimógenos contra viviendas fueron indiscriminados, y los bomberos tuvieron que intervenir para apagar incendios y rescatar a personas impedidas. La Policía ni siquiera respetó las ambulancias que acudían a recoger a los heridos, lo que generó encierros de médicos y enfermeros en numerosos centros sanitarios. Ese mismo viernes, por la tarde, una bala le impactó en el pecho a Gregorio Marichalar Aiestaran cuando estaba en el balcón de su casa, en el polígono Beraun de Errenteria. Fallecería al mes siguiente tras convalecer en el hospital. 

Las dos nuevas muertes causaron una fuerte conmoción social. El día 14, sábado, la huelga se había generalizado en Iruñea, que amaneció tomada por las FOP (Fuerzas de Orden Público). Las tres emisoras navarras, Radio Popular de San Sebastián y Radio Popular de Bilbao solo emitieron música y noticias. El Ayuntamiento de Iruñea condenó «con toda energía» la actuación policial del día anterior, mientras miles de personas levantaban barricadas en diversos barrios. Las manifestaciones y encierros de protesta se extendieron a numerosas localidades. 

Aquel mismo día la Guardia Civil mató de un tiro en la cabeza a Manuel Fuentes Mesa, de 31 años, después de disparar contra un grupo de amigos que se dirigían andando por carretera al centro de Ortuella tras celebrar una despedida de soltero. «Tenía el cráneo totalmente arrancado de cuajo y los sesos fuera», declaró uno de los amigos que iba con Manuel Fuentes. 

En solo tres días había habido cuatro muertos y la tensión en las calles era cada vez mayor. El domingo 15 de mayo la Policía Armada atacó a unas 2.000 personas que acudieron al entierro de José Luis Cano en el cementerio de Iruñea y volvió a cargar por la tarde contra los asistentes a su funeral en el barrio de Arrotxapea, oficiado por once sacerdotes presididos por Jesús Lezaun. Hubo lanzamiento de pelotas de goma y ráfagas de ametralladora, resultando herido de gravedad un médico de la residencia Virgen del Camino. Más de un centenar de personas hubieron de ser atendidas ese día en centros asistenciales de Nafarroa a consecuencia de las heridas sufridas. En Bilbo, Ortuella y Barakaldo se registraron enfrentamientos y heridos de bala, y en Gipuzkoa se suspendieron los espectáculos deportivos, incluidos los partidos de fútbol. 

El lunes 16 se convocó una huelga general en Hego Euskal Herria, en protesta por las actuaciones policiales, y el paro fue generalizado. Un día después murió Francisco Javier Fernández Núñez, vecino de Bilbo que había sido golpeado el día 15 por la Policía Armada. Cuando el día 17 acudió a comisaría a interponer una denuncia, fue agredido por «incontrolados», que además le obligaron a beber coñac y aceite de ricino. Fue hospitalizado pero falleció poco después a consecuencia de una cirrosis.

Una semana «pasada por las armas»

«La semana pro amnistía convocada por las Gestoras del País Vasco ha sido pasada por las armas». Así comenzaba la crónica de once páginas que la revista ‘‘Punto y Hora de Euskal Herria’’ dedicó a aquellos hechos en su número 36, que salió a la calle el 19 de mayo de 1977. La portada de este semanario estaba dedicada íntegramente a los trágicos sucesos, bajo el título «AMNISTÍA. A sangre y fuego», y en páginas interiores hacía un relato detallado, día a día, de las numerosas movilizaciones por la libertad de los presos políticos y la forma en que fueron reprimidas. 

Aquel número recogía las identidades de cinco muertos. No incluía a Gregorio Marichalar Aiestaran, que murió un mes después a consecuencia del disparo que recibió cuando estaba en el balcón de su casa junto a su hijo, en el polígono Beraun de Errenteria. Tampoco a Francisco Javier Fernández Núñez, que había sido golpeado el día 15 por la Policía Armada y agredido el día 17 por «incontrolados». Murió cuando la revista ya estaba en la rotativa. 

‘‘Punto y Hora’’ también recogía el comunicado textual sobre «la gravísima situación política de Euskadi» suscrito por «todos los partidos políticos abertzales y representantes del grupo de alcaldes y de grupos armados».I.V.

martes, 9 de mayo de 2017

Montejurra, disparos en la niebla contra una multitud indefensa.


El día amaneció gris y con un intermitente sirimiri en ese 9 de mayo de hace 40 años. Para las 6.30 de la mañana la cumbre de Montejurra estaba ocupada militarmente por diversos grupos de los llamados «sixtinos» o seguidores de Sixto de Borbón, hermano de Carlos Hugo. El propio Sixto y su Estado Mayor habían pernoctado en el Hotel Iratxe, en las faldas de la montaña. A las 7.30 de la mañana llegaban casi 300 guardias civiles y policías con material antidisturbios y se distribuían por los alrededores de Montejurra, en cuya cima se encontraban además guardias civiles adscritos a los cuarteles de Lizarra y Abartzuza.

Para las 9.00 ya se habían reunido unos 500 simpatizantes de EKA (Euskalherriko Karlista Alderdia) muy cerca del Monasterio de Iratxe, cerca de la salida del Via Crucis, cuyo inicio estaba anunciado para las 10.30. Entre ellos se encontraban Irene, esposa de Carlos Hugo, y María de las Nieves, hermana del líder carlista.


Después de 140 años de historia, el carlismo se presentaba como defensor de las libertades forales y la propiedad comunal, y propugnaba un estado socialista y federal en régimen de autogestión. Carlos Hugo y toda su familia habían sido expulsados por el régimen de Franco en 1968, y en 1976, muerto el dictador, el líder carlista regresaba a Montejurra para celebrar una jornada histórica junto a miles de carlistas, no sólo vascos sino procedentes también de otros territorios del Estado. Aquella jornada, además, quería ser un clamor a favor de las libertades políticas, negadas durante 40 años de dictadura. 

Pero los sectores más afines a Franco no estaban dispuestos a consentirlo. Manuel Fraga, ministro de la Gobernación, y Angel Campano, director general de la Guardia Civil, habían conectado con Sixto Enrique de Borbón, hermano de Carlos Hugo, para ponerle al frente del carlismo «auténtico» frente al «desviacionismo» de su hermano. La jugada era perfecta. Un miembro de la dinastía carlista, antiguo legionario, iba a ser utilizado para aglutinar a los sectores más integristas del carlismo, de aquellos que habían combatido a favor de la «Cruzada» franquista contra «el comunismo y los separatistas». Ahora había llegado el momento de «limpiar Montejurra de comunistas», tal como pregonaban los periódicos afines al régimen.



Sixto tenía el apoyo oficial de los responsables del orden público del Estado, y en última instancia del propio Gobierno de Arias Navarro, cuyo objetivo era consolidar la Monarquía del 18 de julio. No hay que olvidar que el propio Juan Carlos I, jefe de Estado nombrado por Franco, consideraba a Carlos Hugo un adversario personal. Pero la Operación Reconquista necesitaba también gente dispuesta a matar, y para ello reclutaron elementos de la extrema derecha, no sólo españoles sino también procedentes de organizaciones fascistas de varios países. 

Entre los elementos reclutados de la extrema derecha española se encontraban José Arturo Márquez de Prado, conocido como Pepe Arturo, antiguo jefe del Requeté, señorito terrateniente y fanático militarista. El fue el encargado de organizar a un grupo restringido, profesional y provisto de armas automáticas, que se encargaría de «limpiar el terreno» antes de que se produjera la llegada de Sixto a Montejurra.



Y así se hizo. A las 10 de la mañana de aquel 9 de mayo de 1976 las inmediaciones del monasterio de Iratxe son un hervidero de carlistas, periodistas, invitados y representantes de partidos democráticos de la oposición. Por el ramal que enlaza la carretera general con el monasterio comienza a subir un tropel de gente. Delante, marcando el paso marcialmente, un grupo de 50 ó 60 personas con atuendo paramilitar. En cada brazo portan un óvalo con las siglas RS (Requeté Seguridad), y un numeroso grupo de fascistas con las insignias de Sixto. 

Al llegar la cabeza a 100 metros del monasterio, se paran. Se destaca del grupo un individuo de unos 50 años, cubierto con una gabardina verde. Hace sonar un silbato, sus seguidores se despliegan en línea recta y comienzan a lanzar piedras contra los carlistas, entre gritos de «Rojos no», «Viva España», «Viva Cristo Rey» y «Viva el Fascio». 

Varias personas caen con la cabeza destrozada por las pedradas. Maritxu Olazaran, de Iruñea, es la primera baja. Pero se reincorpora, se pone frente a los agresores y les dice «¿Qué váis a hacer?». La respuesta es una cuchillada que la derriba al suelo. Esgrimiendo porras de acero, garfios, guanteletes de pinchos, cadenas y pistolas, continúan su agresión mientras avanzan hacia el monasterio de Iratxe. 

El grupo de orden de los carlistas reacciona y se enfrenta a los agresores, buscando el cuerpo a cuerpo y empuñando sus bastones de monte. A las 10.15, a la altura de Bodegas Irache, se adelanta un grupo de sixtinos de la retaguardia, varios de ellos empuñando pistolas. Son recibidos con gritos de «Vosotros, fascistas, sois los terroristas» y «El pueblo unido jamás será vencido». Varios fascistas se destacan del grupo y Mariano Zufía, militante de EKA, les pide que se vayan.


Uno de los agresores, José Luis Marín García Verde, replica que han venido a «limpiar Montejurra de comunistas», a la vez que extrae de su gabardina una pistola FN Browning, del 9 corto. A su lado, Aniano Jiménez Santos, militante carlista de Santander y miembro de HOAC, que había participado activamente en la respuesta a la agresión, le grita con desprecio a cuatro metros de distancia: «¡Cobarde!». 


EL HOMBRE DE LA GABARDINA 

El hombre de la gabardina gira a su derecha y le dispara un tiro a la altura del vientre. Aniano es ayudado por varios carlistas, a quienes no quiere dar su nombre porque estaba fichado, ya que había sido detenido en varias ocasiones por suscribir manifiestos democráticos obreros y repartir propaganda. A pesar de su urgente hospitalización, Aniano fallecería tres días después en el Hospital de Nafarroa. 

La Guardia Civil ha presenciado los hechos a pocos metros, pero no interviene. Poco después empieza a pedir documentaciones a los carlistas, que les exigen que actúen contra los agresores. Después se sabría que los miembros de este cuerpo tenían «órdenes de arriba» de no intervenir. Mientras tanto, miles de personas comienzan el Vía Crucis en una explanada próxima, sin tener conocimiento todavía de lo sucedido en Iratxe. 

Hacia la mitad de la subida hacia la cima, aparece entre los matorrales Carlos Hugo, escoltado por tres carlistas del servicio de orden. La gente le vitorea y se oyen gritos de «Amnistía», «Askatasuna», «Gora Euskadi», «Visca Catalunya» o «Viva Andalucía libre», al tiempo que ondean ikurriñas, aún prohibidas por el régimen post-franquista. 


A las 11.20, la muchedumbre, estimada en más de 10.000 personas, comienza a acercarse a la cumbre de Montejurra. Pepe Arturo toma un megáfono y anuncia: «Atención carlistas, os va a hablar Don Sixto». Un grupo adelantado responde con un prolongado abucheo y gritos de «Carlos Hugo libertad». 

La respuesta de Sixto es inmediata: «¡Haced fuego!». Mientras dispara repetidamente con su pistola automática, Pepe Arturo grita: «¡Fuego raso!». Los integrantes fascistas del primer cordón que estaba junto a la cima de Montejurra se agachan, sacan sus armas y disparan. Cerca de ellos, una ametralladora emplazada entre las rocas lanza varias ráfagas. Los carlistas se arrojan al suelo y se dispersan. Una joven cae herida de bala mientras grita «¡Viva el carlismo!». 

Tras una fuerte discusión con una carlista de Viana, a la que amenazan con despeñar, Sixto se retira hacia los Land Rover en que habían llegado a la cima, seguido de sus legionarios y al menos tres guardias civiles.Más abajo, se oye un grito entre los carlistas: «¡Un médico, por favor, un médico!». Un joven ha sido tiroteado y se encuentra pálido. El alcalde de Iruñea, Javier Erice, le atiende en un primer momento y aprecia dos impactos de bala, uno en el costado y otro en el corazón. 

Aconseja su evacuación inmediata al hospital, pues sólo en el quirófano se le puede salvar la vida. Un hombre le practica la respiración artificial, pero es inútil. Fallece allí mismo. Uno de sus amigos recoge su boina roja del suelo y le identifica: se llama Ricardo García Pellejero, de 20 años, obrero y vecino de Lizarra.


Pertenece a una familia humilde de trabajadores. No es militante de ningún partido político, pero se considera del «pueblo carlista» y por eso ha querido acudir a la cita de Montejurra. La Cruz Roja recoge a los demás heridos: Jesús Vera tiene un tiro en la ingle; Bernarda Urra sufre otro en una nalga; José Javier Nolasco tiene un pie destrozado por una bala. Otros muchos se han salvado al arrojarse al suelo, ya que las balas les han pasado sobre la cabeza. A las 11.30 el Via Crucis se detiene. Llegan noticias desde la cumbre;ha habido disparos y heridos. 

Carlos Hugo aconseja no continuar para evitar una masacre y se decide celebrar misa allí mismo, en la ladera de Montejurra, utilizando pan de pueblo y vino de una bota. Un grupo de militantes del Partido Carlista decide llegar hasta la cumbre de Montejurra, pase lo que pase, y llegan a tiempo de ver cómo los sixtinos huyen por el otro lado, protegidos por la Guardia Civil. 

Fuente: Gara


El Día que la URSS venció al fascismo



El Día de la Victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi que se celebra el 9 de mayo es una "fiesta que arranca lágrimas", como dice una popular canción rusa. Hace hoy 75 años, el 9 de mayo de 1945, la Alemania nazi se rindió tras dejar media Europa enfangada de muerte y desolación. En la Unión Soviética la invasión del III Reich dejó un rastro de 27 millones de muertos. Rusia recuerda hoy a las víctimas y a los héroes que sobrevivieron al devastador conflicto y protagonizaron la Victoria sobre el nazismo.


El 8 de mayo a las 22.43 (hora central Europea), 9 de Mayo de 1945 a las 0:43 hora de Moscú, la Alemania Nazi representada por el Generalferldmarschall Wilhelm Keitel firmó la rendición incondicional ante el Mariscal del Ejército Rojo Gueorgui Zhúkov, poniendo fin así a la Segunda Guerra Mundial.


A la Unión Soviética se le debe el papel principal en la derrota de la Alemania nazi, y los soldados soviéticos no solo defendieron su país, sino que liberaron Europa de los invasores y llegaron a Berlín, logrando que el enemigo definitivamente depusiera las armas. La Segunda Guerra Mundial recibió en Rusia el nombre de “Gran Guerra Patria” porque significó una dura prueba para el pueblo soviético. La lucha contra los invasores nazis alemanes fue desplegada a nivel nacional. En corto plazo se movilizaron todos los medios y recursos disponibles en el Estado, con el fin de organizar la adecuada resistencia al enemigo. No hubo ni una familia que no perdiera a alguien o no tuviera heridos o desaparecidos.


Algunas ciudades rusas desempeñaron un papel destacado en la lucha contra el fascismo: actualmente son 27 las que ostentan el título de Ciudad Héroe y 30 el de Ciudades de Gloria Militar. Durante el día de la victoria se realizan actos de homenaje a los veteranos, caídos durante la guerra en los distintos monumentos que hay a lo largo de Rusia, homenajes a la tumba del soldado desconocido y el momento culminante es el que comprende el desfile militar que se hace anualmente en distintas partes de Rusia, siendo el mas imponente el que se realiza en la Plaza Roja de Moscú.


El primer desfile en la capital de la URSS se realizó un mes y medio después de la firma de la capitulación alemana. Tras la desintegración de la Unión Soviética, el nueve de mayo dejó de celebrarse a gran escala durante varios años pero con el 50.º aniversario de la victoria en 1995 la fiesta recuperó parte de su esplendor. 


Fuente: La República